¿Alguna vez sentiste que las horas se evaporan cuando estás disfrutando de algo que te gusta? Esa percepción de que el tiempo “vuela” durante los momentos felices tiene una explicación científica. Diversas investigaciones en el campo de la neurociencia han demostrado que el cerebro humano no percibe el paso del tiempo de manera lineal ni constante, sino que lo interpreta de forma subjetiva según el contexto emocional y la actividad que estemos realizando.

El cerebro y su “reloj interno”

Según los científicos, nuestro cerebro posee un sistema interno de medición temporal que funciona independientemente del tiempo cronológico convencional. Este “reloj biológico” está influenciado por emociones, niveles de atención y estados químicos del organismo. El neurocientífico Michael Shadlen, de la Universidad de Columbia, explicó que el cerebro anticipa eventos futuros, y esa expectativa modifica la forma en que experimentamos el presente.

Cuando estamos inmersos en una actividad que nos resulta placentera, el cerebro adopta una visión más global del entorno. Esa perspectiva amplia reduce la atención a los detalles inmediatos, y como resultado, sentimos que el tiempo pasa más rápido. Por el contrario, cuando nos encontramos aburridos o en situaciones poco estimulantes, la mente se enfoca en cada segundo que transcurre, generando la sensación de lentitud.

La dopamina, clave en la percepción del tiempo

Uno de los protagonistas principales de esta experiencia es la dopamina, un neurotransmisor vinculado al placer y la recompensa. Durante actividades que disfrutamos, el cerebro libera mayor cantidad de dopamina, lo que provoca una aceleración en la percepción temporal. Es decir, sentimos que el tiempo se acorta.

En cambio, en situaciones de estrés o peligro, es otra sustancia la que toma protagonismo: la adrenalina. Este compuesto altera el procesamiento cerebral del tiempo, generando la conocida “sensación de cámara lenta”. El investigador David Eagleman demostró que durante eventos estresantes el cerebro genera recuerdos más densos y detallados, lo que crea la ilusión de que el tiempo se expandió. Este mecanismo, de origen evolutivo, favorece la supervivencia al permitir una mayor atención y reacción ante situaciones críticas.

Un fenómeno tan cotidiano como fascinante

La forma en que experimentamos el tiempo no solo depende del reloj de pulsera o del calendario, sino de una compleja red neuronal y química que adapta nuestra percepción según el momento. La próxima vez que sientas que un día feliz pasó “volando” o que una clase aburrida se hizo eterna, ya sabés que no es tu imaginación: es tu cerebro haciendo su trabajo.